La mirada perdida, la luz tenue encendida en algún rincón de la habitación, la suave música ingresando a mi ser. La compañía de la propia soledad. Los pensamientos atareados suelen confundirse entre sí, pensando en cómo podría haber sido, a pesar de saber que no existe otra posibilidad que no sea la que fue. Creando teorías sobre como podrían fuerzas terceras estar actuando sobre el contexto para que las circunstancias mejorasen, todo para conformarse al menos un poco de las turbulencias que le dio uno mismo a la vida. Somos la causa de nuestro efecto. Somos el efecto de nuestra causa. Somos lo que elegimos escuchar, creer e interpretar. Somos las decisiones que tomamos cuando la noche llega a su fin, y somos las que tomamos cuando todo vuelve a comenzar. ¿De qué me sirve el beneficio de la adaptación inconsciente a contextos, si el único desenlace es mi mente confundida por no sentirse mía? Cerraré entonces este circulo un tiempo antes de lo que debería, por que visualizo el cambio con los ojos entreabiertos y la mirada hacia el entrecejo, buscando un equilibrio que me permita no caer tan bajo.
Durante esta tarde, bajo este cielo, me gustaría rendirme. Bajar los brazos y someterme al olvido momentáneo, para poder luego levantarme habiendo recobrado un poco más de vida. Sintiendo que mi existencia tiene un fin, al menos una pequeña razón que me incentive a saber que mi alma no está tan errada durante este camino como ser humano.